Entre horas by Teresa Gómez Reus & Aránzazu Usandizaga

Entre horas by Teresa Gómez Reus & Aránzazu Usandizaga

autor:Teresa Gómez Reus & Aránzazu Usandizaga [Gómez Reus, Teresa & Usandizaga, Aránzazu]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Relato, Realista, Histórico
editor: ePubLibre
publicado: 2006-02-28T16:00:00+00:00


* * *

Llevamos aquí dos semanas y no me ha apetecido escribir hasta ahora desde aquel primer día.

Ahora estoy sentada al lado de la ventana, arriba en este atroz cuarto de los niños, y no hay nada que me impida escribir todo lo que quiera, salvo la falta de fuerzas.

John está fuera todo el día, y también algunas noches cuando tiene casos graves.

Me alegro de que mi caso no sea grave.

Pero estos problemas de nervios son terriblemente depresivos.

John no sabe de verdad cuánto sufro. Sabe que no hay motivo para sufrir y con ello se da por satisfecho.

Por supuesto, son solo nervios. ¡Me apena tanto no poder cumplir con ninguna de mis obligaciones!

Yo que quería serle de tanta ayuda a John, de auténtico apoyo y consuelo, y ¡heme aquí convertida ya en una carga!

Nadie creería el esfuerzo que me cuesta hacer lo poco de lo que soy capaz… vestirme y recibir gente, encargar cosas.

Es una suerte que Mary sea tan buena con el bebé. ¡Un bebé tan encantador!

Y, sin embargo, no puedo estar con él, me pone muy nerviosa.

Supongo que John no ha padecido de los nervios en su vida. ¡Me toma tanto el pelo por este papel!

Al principio pensó cambiar el empapelado de la habitación, pero después decidió que estaba dándole demasiada importancia, y que no había nada peor para un paciente nervioso que el dejarse llevar por tales fantasías.

Dijo que después de cambiar el empapelado le tocaría al pesado armazón de la cama, y después a las rejas de las ventanas, y después al portillo en lo alto de la escalera, y así sucesivamente.

—Tú sabes que este sitio te está sentando bien —me dijo—, y además, querida, no tengo intención de arreglar una casa que solo hemos alquilado para tres meses.

—En ese caso, déjame ir a la planta baja —le contesté—, tiene unas habitaciones muy bonitas.

Entonces me tomó en sus brazos y me llamó adorable pichoncito y me dijo que se iría al mismo sótano, si yo quería, y que encima mandaría que lo blanquearan.

Pero tiene toda la razón en cuanto a las camas y las ventanas y demás.

Es una habitación todo lo aireada y cómoda que se pueda desear y, por supuesto, yo no iba a ser tan tonta como para hacer que él estuviera incómodo solo por un capricho.

Me estoy empezando a aficionar a esta gran habitación, a todo menos a ese horripilante papel.

Por una de las ventanas se ve el jardín, esos cenadores[8] misteriosos de profunda sombra, las pródigas flores anticuadas, y arbustos y árboles nudosos.

Por la otra, tengo una vista preciosa de la bahía y de un pequeño embarcadero privado que pertenece a la finca. Una hermosa alameda umbrosa baja hasta allí desde la casa. Siempre me estoy imaginando que veo a gente paseando por todos esos numerosos caminos y enramadas, pero John me ha advertido que no debo dejarme llevar por la fantasía en lo más mínimo. Dice que, con mi poder imaginativo y mi tendencia a inventarme historias, una debilidad nerviosa como



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